28 septiembre 2005

AMANTES



Se amaban. No estaban solos en la tierra;
tenían la noche, sus vísperas azules,
sus celajes.

Vivían uno en el otro, se palpaban
como dos pétalos no abiertos en el fondo
de alguna flor del aire.

Se amaban. No estaban solos a la orilla
de su primera noche.
Y era la tierra la que se amaba en ellos,
el oro nocturno de sus vueltas,
la galaxia.

Ya no tendrían dos muertes. No iban a separarse.
Desnudos, asombrados, sus cuerpos se tendían
como hileras de luces en un largo aeropuerto
donde algo iba a llegar desde muy lejos,
no demasiado tarde.

Eugenio Montejo

(Foto: Oskar Kokoschka "Die Windsbraut")

16 septiembre 2005

Redondo y triste


Estoy convencido de que nunca se ha parado a pensar cuán solitaria y aburrida puede ser la vida de su ombligo. Imagínese una vida tan larga como la suya que discurriera siempre en el mismo espacio y sin más finalidad que la de mantenerse ahí, redondo y triste. Pues bien, comencemos por el érase una vez un ombligo, un ombligo como el suyo o como el mío, un ombligo cualquiera, un ombligo redondo y triste.

Habitaba este ombligo casi diminuto en un gigantesco cuerpo que se extendía a su alrededor como una vasta geografía de íntimos valles y redondas colinas. Aquel cuerpo era un cuerpo de mujer, delgado y bien proporcionado, de piel suave y rosácea. Tenía dos larguísimas piernas que el ombligo veía prolongarse simétricamente, como dos puentes tendidos sobre el vacío del aire hasta los lejanos pies, lugar en donde moraban diez escasos y gruesos dedos que siempre tenían algo de que reírse. Incluso el ombligo podía oír sus roncas carcajadas sin necesidad de que las rodillas flexionaran aquellos puentes gemelos. Al norte de este ombligo terminaba la llanura que lo cobijaba y aparecían los elegantes brazos con sus finos dedos, el exquisito cuello y la pretenciosa cabeza, engalanada con su abrigo de perfumados cabellos. ¡Y qué decir de los habitantes del rostro!: los coquetos ojos, la altanera nariz, los dulces labios... En este cuerpo cada uno los miembros, huesos, órganos y apéndices era feliz, estaba satisfecho, mas hay que decir que los del norte no se llevaban demasiado bien con los del sur. Los primeros pensaban que las tareas de los segundos eran sucias y simples y éstos a su vez los consideraban a ellos unos presuntuosos y remilgados que desconocían de la importancia de su labor. Así, unos y otros menospreciaban sus respectivas ocupaciones y pensaban que sin ellos los otros no podrían arreglárselas de modo alguno. Se sentían infinitamente diferentes pero compartían la convicción de ser indispensables para los otros. En tal conflicto el ombligo no tenía nada que decir. Él no tenía ninguna función. No era más que una cicatriz; no andaba, no respiraba, no masticaba, no veía, no sostenía, ni siquiera crecía. Esto apenaba mucho al ombligo. Desde su desierto de piel anhelaba sentirse uno más de aquel cuerpo, sentirse respetado y no tener que escuchar nunca más los comentarios desdeñosos que se dirigían entre ellos y que solían acabar siempre con un “peor es el ombligo, ése sí que no sirve para nada”. El pequeño ombligo se sentía inútil y sobre todo, solo. Si al menos hubiese otro como él, se decía, no se sentiría tan extraño, tan ombligo, tan redondo y triste.

Todos los demás tenían idénticos hermanos y si había alguno que, como el ombligo, era único, al menos tenía una función que sólo le pertenecía a él y con la que se ganaba el respeto de los demás. Tal era el caso del cerebro, quien se vanagloriaba sin ningún pudor de su unicidad y de su poder para dar órdenes a los demás. El cerebro lo organizaba todo, disponía cuanto deseaba y los demás no tenían más opción que obedecer. A menudo el ombligo soñaba con ser tan poderoso y complejo como el cerebro pero su deseo se topaba una y otra vez con la evidencia de no ser más que un agujero con fondo, un vacío sin ninguna utilidad.

Sin embargo, tanto el ombligo como el cerebro y los demás miembros del cuerpo olvidaban algo: que todos se necesitaban de manera forzosa: ¿qué podría hacer el cerebro sin la sangre que impulsaba el corazón?, ¿acaso caminarían las piernas sin los huesos y los músculos?. No tardaría mucho el protagonista de esta historia en saber de la mágica relación que los mantenía unidos y aun con vida.
Una calurosa tarde de verano (las tardes en que suceden estas cosas suelen ser calurosas y de verano) el cuerpo en que habitaba el ombligo se dirigió a casa de otro cuerpo amigo suyo. Una vez allí, la boca comenzó a hablar de cosas intrascendentes, las manos no cesaban de retocar los cabellos, los ojos parpadeaban con frecuencia, las piernas se cruzaban una sobre otra nerviosamente... Incluso el ombligo se sentía inquieto: notaba una presión extraña, un cosquilleo similar al que se producía cuando el cuerpo tenía un examen de matemáticas o mentía a su madre. De repente el corazón latía cada vez más y más deprisa. En unos segundos el ombligo estaba aplastado contra otro ombligo. La situación era ciertamente embarazosa. Ambos se intuían iguales pero... ¡eran tan distintos!. Aquel otro ombligo era mucho más grande, incluso mucho más redondo. A su alrededor se amontonaban unos pelos gruesos y rizados y hablaba con un acento extraño. Verse copiado en alguien tan diferente produjo una primera sensación de temor en nuestro pequeño amigo. Sin embargo, a medida que lo miraba y descubría en él todas aquellas otras cosas que compartían, el temor abrió paso a la simpatía. Le confortaba sentirse acompañado, saber que ese otro era tan ombligo como él a pesar de ser más redondo, más grande y más peludo.

Había pasado mucho tiempo desde que el ombligo descubriera a su gemelo grandullón. Ahora su vida ya no era tan redonda y triste. Sólo necesitó ver y dejarse ver en otro para comprender que todas y cada una de las partes del cuerpo tenía una función complementaria a las del resto, ni mejor, ni más importante, ni más difícil, ni más bonita, simplemente igual e imprescindible para los demás. Y descubrió cuál había sido la suya y la de todos los ombligos del mundo: recordar a los cuerpos que todos son iguales, por muy diferentes que sean sus ombligos…

08 septiembre 2005

Which Will...


Which will you go for
Which will you love
Which will you choose from
From the stars above
Which will you answer
Which will you call
Which will you take for
For your one and all
And tell me now
Which will you love the best.

Which do you dance for
Which makes you shine
Which will you choose now
If you won't choose mine
Which will you hope for
Which can it be
Which will you take now
If you won't take me
And tell me now
Which will you love the best.

Nick Drake. "Which will" from the album "Pink Moon"

(Foto: "Intentando lo imposible". René Magritte)

07 septiembre 2005

Cinco (sin) razones para decir adiós y una pregunta sin respuesta

Led Zeppelin Babe I´m gonna leave you

"It was really, really good.
You made me happy every single day.
But now... I've got to go away!"

The Magnetic Fields All my little words

"You are a splendid butterfly.
It is your wings that make you beautiful.
And I could make you fly away.
But I could never make you stay"

Bob Dylan Everything is broken

"Broken bottles, broken plates,
Broken switches, broken gates,
Broken dishes, broken parts,
Streets are filled with broken hearts.
Broken words never meant to be spoken,
Everything is broken"

Tom Waits Strange weather

"Strange, a woman tries to save
What a man will try to drown

(...)

And you know that it´s beginning,
And you know that it´s the end
When once again we are strangers
And the fog comes rolling in"

Joaquín Sabina Ruido

"Porque todos los finales
son el mismo repetido
y con tanto ruido
no escucharon el final.
Descubrieron que los besos no sabían a nada,
hubo una epidemia de tristeza en la ciudad.
Se borraron las pisadas,
se apagaron los latidos,
y con tanto ruido
no se oyó el ruido del mar"


Did I let a song go out of my heart?

05 septiembre 2005

The Apartment. Billy Wilder (1960)



Fran: I think I'm going to give it all up.
Bud: Give what up?
Fran: Why do people have to love people, anyway?
Bud: Yeah, I know what you mean. (He deals and then flips over a card) Queen.
Fran: I don't want it.
Bud: Pick a card.
Fran: What do you call it when somebody keeps getting smashed up in automobile accidents
Bud: A bad insurance risk?
Fran: That's me with men. I was jinxed from the word go - the first time I was ever kissed was in a cemetery.
Bud: A cemetery?
Fran: I was fifteen. We used to go there to smoke. His name was George. And he threw me over for a drum majorette.
Bud: Gin. (He spreads out his winning hand and then adds up the points) Thirty-six and twenty-five. That's sixty-one and two boxes. (He writes the score on a pad)
Fran: I just have this talent for falling in love with the wrong guy in the wrong place at the wrong time.

(...)

Fran: Why can't I ever fall in love with somebody nice like you?
Bud: Yeah, well, that's the way it crumbles, cookie-wise.

(...)

Bud: Me, I used to live like Robinson Crusoe, I mean shipwrecked among eight million people. Then, one day I saw a footprint in the sand, and there you were. It's a wonderful thing, dinner for two.
Fran: You usually eat alone?
Bud: Oh no. Sometimes I have dinner with Ed Sullivan, sometimes Dinah Shore or Perry Como. The other night, I had dinner with Mae West. Of course, she was much younger then.

(...)

Fran: (after shuffling the cards) Cut.
Bud: I love you, Miss Kubelik.
Fran: (She looks at her card) Three. (She looks at Bud's card) Queen.
Bud: Did you hear what I said, Miss Kubelik? I absolutely adore you.
Fran: (abruptly as she smiles and hands him the cards) Shut up and deal!

03 septiembre 2005

Tantas veces había escuchado esa canción, tantas veces lo había buscado pasando páginas en su memoria mientras la hacía sonar en su cabeza que ya casi habían perdido su sentido las palabras que ahora tatareaba en un susurro descuidado. Una caricia a las cuerdas de su violín astillado, un lento descender de notas y su cara se dibujaba a este otro lado, detrás de sus párpados, delante de aquel sueño inventado. Espacios de música abriéndose paso desde su tímpano hasta lo más profundo del corazón, donde duele tanta intimidad, donde se inundan los deseos. Se acercó un poco más a la puerta. Era la misma música lo que latía en su pecho y al otro lado, la música que él puso en su boca, la música que le devolvió el tiempo prestado a la soledad. Alargó la mano hasta alcanzar el pomo, giró la muñeca y empujó hacia delante. Él. Un violín. La melodía triste que empañó su vida. El movimiento enérgico de su brazo. Tremolo. El arco se deslizaba rápidamente atrás y adelante sobre las cuerdas cuando de pronto se agotaron los compases, los pulsos, las notas... El cuchillo se hundió en la carne. Se escuchó el ruido del violín chocando contra el suelo, como un pequeño cadáver de madera. Sus dedos quedaron aferrados al arco y la sangre brotó como un río de nerviosas hormigas rojas. Exhaló un nombre de mujer y aquellla mirada de muñeco de trapo quedó cosida torpemente en el sonriente rostro del profesor.

Ana María Valero

01 septiembre 2005

PSIQUETIPIA. Álvaro de Campos (Fernando Pessoa)


Psiquetipia (Ou Psicitipia)

Símbolos. Tudo símbolos

Se calhar, tudo é símbolos...
Serás tu um símbolo também?

Olho, desterrado de ti, as tuas mãos brancas

Postas, com boas maneiras inglesas, sobre a toalha da mesa.
Pessoas independentes de ti...
Olho-as: também serão símbolos?
Então todo o mundo é símbolo e magia?
Se calhar é... E por que não há de ser?


Símbolos...
Estou cansado de pensar...
Ergo finalmente os olhos para os teus olhos que me olham.
Sorris, sabendo bem em que eu estava pensando...
Meu Deus! e não sabes...

Eu pensava nos símbolos...
Respondo fielmente à tua conversa por cima da mesa...
"It was very strange, wasn’t it?"
"Awfully strange. And how did it end?"
"Well, it didn't end. It never does, you know."
Sim, you know... Eu sei...
Sim eu sei...
É o mal dos símbolos, you know.
Yes, I know.
Conversa perfeitamente natural... Mas os símbolos?
Não tiro os olhos de tuas mãos... Quem são elas?
Meu Deus! Os símbolos... Os símbolos...

7-11-1933


(Foto: Man Ray "Retour à la raison")