Recuerdos pasajeros
“Cuéntame otra vez aquella historia de laberintos de piel que llevan a Ninguna Parte, déjame escuchar de nuevo tus palabras de cuento, tu voz hecha de magia”. Y con una pluma inventada, Lucía comenzó a escribir sobre su pecho desnudo: “Érase una vez...”
Los recuerdos se empujaban unos a otros hasta dejarse caer delante de sus ojos, como manchas borrosas que ensuciaran el cristal de la ventana. Al otro lado, un mar quebrado en blancos ribetes de espuma se extendía monótono e inquietante, con la misma velocidad que el tren en el que viajaba. El rostro que se reflejaba en el cristal había dejado de tener sentido para ella. Lo miraba como si fuera la primera vez, perdiéndose en sus formas redondas y blanquísimas, intentando encontrar un pedazo de memoria en las grietas que el tiempo había abierto en sus recuerdos.
Todos los descubrimientos arrastran tal vez nostalgia, añoranza por aquello que reemplazan, salpicando caprichosamente el inmediato entusiasmo que nos inyecta todo lo nuevo. Lucía evocaba de antemano las ausencias que nacerían con su descubrimiento. Le costaba liberarse de la imagen que se repetía en su mente, insistente y cruel. Una vez más estaba en el borde. Se sentía entonces tan ligera y vacua como la nada que se abría ante ella, seducida por el miedo que palpitaba en su garganta, y, a la vez, aplastada por el peso de todo aquello que la razón no alcanza a explicar. Su cuerpo se le antojaba como un globo repleto de aire condenado a flotar en una jaula tan invisible como infranqueable.
Lucía encendió un cigarrillo. Empezó a fumar sólo para recordar, para recordar el olor a tabaco de su voz, el rumor del papel ardiendo entre sus dedos, el humo escondiéndose en su boca. Y cuando decidió dejar de hacerlo fue para olvidar, para olvidar el sabor a ceniza que tenían sus besos.
El tren avanzaba nervioso entre interminables hileras de árboles gigantescos y ramas enredadas de hojas amarillentas. El sol comenzaba a declinar tras los hilvanados muros de madera, colándose por sus rendijas y estrellándose intermitentemente en el cristal. Lucía, con la sorpresa de quien se encuentra a sí mismo y no al otro en el lugar convenido, tomó el cuaderno y empezó a escribir cuanto le temblaba en el corazón, dejando resbalar un “érase una vez” tras otro desde su boca hasta el papel.
Los recuerdos se empujaban unos a otros hasta dejarse caer delante de sus ojos, como manchas borrosas que ensuciaran el cristal de la ventana. Al otro lado, un mar quebrado en blancos ribetes de espuma se extendía monótono e inquietante, con la misma velocidad que el tren en el que viajaba. El rostro que se reflejaba en el cristal había dejado de tener sentido para ella. Lo miraba como si fuera la primera vez, perdiéndose en sus formas redondas y blanquísimas, intentando encontrar un pedazo de memoria en las grietas que el tiempo había abierto en sus recuerdos.
Todos los descubrimientos arrastran tal vez nostalgia, añoranza por aquello que reemplazan, salpicando caprichosamente el inmediato entusiasmo que nos inyecta todo lo nuevo. Lucía evocaba de antemano las ausencias que nacerían con su descubrimiento. Le costaba liberarse de la imagen que se repetía en su mente, insistente y cruel. Una vez más estaba en el borde. Se sentía entonces tan ligera y vacua como la nada que se abría ante ella, seducida por el miedo que palpitaba en su garganta, y, a la vez, aplastada por el peso de todo aquello que la razón no alcanza a explicar. Su cuerpo se le antojaba como un globo repleto de aire condenado a flotar en una jaula tan invisible como infranqueable.
Lucía encendió un cigarrillo. Empezó a fumar sólo para recordar, para recordar el olor a tabaco de su voz, el rumor del papel ardiendo entre sus dedos, el humo escondiéndose en su boca. Y cuando decidió dejar de hacerlo fue para olvidar, para olvidar el sabor a ceniza que tenían sus besos.
El tren avanzaba nervioso entre interminables hileras de árboles gigantescos y ramas enredadas de hojas amarillentas. El sol comenzaba a declinar tras los hilvanados muros de madera, colándose por sus rendijas y estrellándose intermitentemente en el cristal. Lucía, con la sorpresa de quien se encuentra a sí mismo y no al otro en el lugar convenido, tomó el cuaderno y empezó a escribir cuanto le temblaba en el corazón, dejando resbalar un “érase una vez” tras otro desde su boca hasta el papel.
Foto: Robert A. Schaefer Jr.
13 Comentarios:
Érase una vez...tan sencillo y conocido por todos, pero no deja de ser el mejor de los comienzos para una historia.
Me ha gustado mucho cuando asocias aquello que descubres con algo que inevitablemente reemplazas, y es verdad, pasas por lo mismo, pero ya no es igual, y te acuerdos como fue lo anterior.
Me gusta más la Kubelik moña que la le encanta llevar la contraria.
Me ha encantado. Has plasmado muchas imágenes con tus palabras.
Un abrazo grande
A mi me gusta sobre todo el último párrafo. Tiene algo de mágico. Saludos Miss.
El último párrafo está muy bien, pero la sincronización de velocidades, la seducción del miedo y la combustión del acto fumar son imágenes con una fuerza tremenda.
(Para mi gusto, claro)
Un relato genial (o como decir lo de todos los anteriores en solo tres palabras)
Para las unicas veces que monté en tren.. tengo 2 anecdotas..
- Mi madre en el hospital, llego 5 minutos antes de que me cierren la taquilla en Madrid y al llegar al pasaje me dice el tio de la puerta que "Haber llegado antes, en 5 minutos no te da tiempo a bajar, sentarte y darle tu billete al revisor. Así que tú por mis huevos no pasas." Una mezcla de mala ostia y agresividad me hizo soltarle un puñetazo y acabar poniendo una reclamación. Sorprendentemente me devolvieron el importe de sendos viajes Talavera-Madrid y viceversa :D
- Al volver del FestiMad'05 estaba tan cansado que casi no tenía ni fuerzas para sacar el billete, ¡¡Pero así lo hice!! ¡¡Lo saqué!! para montarme en el tren y que esa vez no hubiera revisor en ese viaje :P
Puta Renfe.. cada día me da más y más asco..
q weno,..
suena a una autentica cazamomentos!
me alegra conocerte/leerte...
un placer señorita kubelic, respecto a lo de las fobias y el actor secundario bob, espero que no me veas sin cinta de pelo(mje),.. y menos de pisoton inminente en la playa,...
ay la playa..sniff!!
bss entinta2
caracolo salao en tierra!!
Único e ínclito lugar, Ninguna Parte.
Un relato más que agradable ;-)
Erase una vez la vida... :)
Señorita Kubelik, cada vez se supera más y más, fantástico.
¿Lo ha escrito usted? Pues sí es así he de decirla que sabe tocar lo más hondo de mi corazón (no se cómo habrá quedao ésto, pero es cierto). Sencillamente fantástico.
La foto tampoco tiene desperdicio.
-"Haber llegado antes, en 5 minutos no te da tiempo a bajar, sentarte y darle tu billete al revisor. Así que tú por mis huevos no pasas." Una mezcla de mala ostia y agresividad me hizo soltarle un puñetazo y
acabar poniendo una reclamación.-
Salem, es usted digno de mi respeto y mucho más.
Me sonrojan. Esto no es más que un viejo papel reencontrado...
ymuy bueno, yo tb le tengo un cariño especial al nombre de Lucia como protagonista... aunque con la nueva ley no habría podido fumar en el tren, que barbaridad, con la cantidad de momentos literarios asociados a un cigarro. ahora la literatura dira. "y salió a la puerta para encenderse en cigarro, y entonces pensó en ella..." que barbaridad, es pa denunciarlos... en fin, que me ha encantado pequeña fobica... yo le tengo miedo a "subir" (ascensor, avion, aunque una vez arriba no tengo vertigo ni nada, es rarisimo,no tiene nombre concreto, los ascensores de cristal me aterran...) bueno, un besito!!
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